Esta semana se conmemoraba el IX aniversario de la efeméride
que introdujo a España en el siglo XXI. Si se dice que EE.UU tuvo su entrada en
el tercer milenio a bordo del Boeing 757 de American Airlines que se estrelló contra la torre norte del WWC, nuestro país comenzó su diáspora con el
11-M. Y no me refiero a lo que un hemisferio de la prensa llama amnesia, sino a la forma
en la que empezamos a interactuar como sociedad de la información. Si bien en las manifestaciones contra la Guerra de Irak ya se avecinaba el poder de las multitudes conectadas, no fue hasta el 13-M, con el llamado (y
difamado) noche del ‘pásalo’, cuando la sociedad demostró comportarse como un
organismo colectivo. De nada sirve preguntarse quién lo empezó o si estuvo
teledirigido por alguien, lo que importa es que sirve precedente para continuar con nuestro relato sobre la evolución de los movimientos sociales.
“Los movimientos cumplen la función simbólica de cuestionar el discurso dominante y hacer visible al poder, para lo cual utilizan los mismos recursos informativos movilizados para imponer el control social. La Cumbre del Milenio de la OMC en Seattle representa la escenificación del discurso dominante, pero las protestas aprovechan esa cobertura mediática para atraer la atención hacia las mismas. Todo el periodo de contra-cumbres del movimiento global cumple la función simbólica de visibilizar las instituciones de poder real, la OMC, el BM, el FMI, etc. Mientras que los medios de comunicación de masas trasladan la imagen de un mundo gobernado exclusivamente por los líderes de los Estados nacionales, el movimiento señala el poder invisible de estas instituciones y de las empresas transnacionales y utiliza Internet para organizar la protesta y difundirla. Los movimientos se esfuerzan además por crear códigos alternativos, el lema del Foro Social Mundial –‘otro mundo es posible’– refleja el intento por cuestionar el código dominante y legitimar la alternativa.”